Quién creó a Dios
En el libro de Isaías capítulo 42 versículo 8 se nos dice: “Mi gloria no la daré a otro, ni alabanzas a las esculturas”. En este momento, al referirse a otro, extiende desde las imágenes creadas por los hombres a los hombres la prohibición de adorar a cualquier par suyo. En realidad, esto ya estaba explícito en el mandamiento, sin embargo, aquí se hace explícito que es un pecado.
En el libro de los hechos, capítulo 17 versículo 29 se nos dice: “No debemos imaginarnos que el Ser Divino sea semejante a oro, plata, o piedra, semejante a algo esculpido por el arte e ingenio del hombre”.
Esto no fue más que una rectificación del mandamiento, pero, ¿por qué se hizo? Recordemos que el cristianismo en aquel entonces apenas estaba naciendo. Por esto, debía hacerle frente a grandes y poderosas religiones ya instituidas. Ellas estaban profundamente arraigadas en el adorar a los ídolos.
A continuación, se presenta un pasaje breve pero rico en interpretaciones. El mismo no es más que la primera carta de Juan, capítulo 5 versículo 21: “Guárdense de los ídolos”, ¿Cuáles ídolos, los viejos, los nuevos o ambos? Téngase en cuenta lo siguiente, la vida es algo cambiante y que de continuo se está actualizando. Por ello, es legítimo decir, surgen nuevos ídolos que adorar.
En nuestras sociedades actuales se han levantado muchos ídolos. Son artistas, personalidades políticas, incluso uno mismo puede serlo siempre que tome la adoración que corresponde a Dios. Debe recordarse que esto es pecado. No hacerlo significa no despegarse de todas las cosas del mundo, sino saber que deben tener un lugar moderado respecto de Dios.
En el Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos, capítulo 17 versículo 29, se nos advierte claramente: "No debemos imaginarnos que el Ser Divino sea semejante a oro, plata, o piedra, semejante a algo esculpido por el arte e ingenio del hombre". Esta declaración es una rectificación del mandamiento anterior, enfatizando la importancia de no atribuir cualidades divinas a objetos creados por el hombre.
El cristianismo en sus inicios enfrentaba la tarea de distinguirse de religiones establecidas que adoraban ídolos. En un contexto en el que esta práctica era común, la prohibición de adorar imágenes adquiere una relevancia especial. El mensaje transmitido en el Nuevo Testamento es claro: la verdadera adoración se dirige únicamente a Dios, y no a representaciones materiales de divinidades.
El rechazo a la adoración de ídolos se convierte en un pilar fundamental de la fe cristiana. A través de las enseñanzas del Nuevo Testamento, se subraya la importancia de mantener una relación directa y pura con Dios, sin intermediarios ni objetos de culto. La fe se basa en la espiritualidad y la conexión personal con lo divino, no en imágenes o símbolos terrenales.
La advertencia contra la adoración de imágenes en el Nuevo Testamento no solo responde a una cuestión teológica, sino que también tiene implicaciones prácticas en la vida cotidiana de los creyentes. Al evitar caer en la idolatría, se promueve una fe más profunda y auténtica, centrada en el amor y la devoción a Dios. Este mandato sigue vigente en la actualidad, recordándonos la importancia de mantener nuestra adoración pura y desprovista de elementos materiales.
El segundo mandamiento de la Biblia, encontrado en el libro de Éxodo capítulo 20 versículo 4, establece claramente la prohibición de adorar imágenes: “No debes hacerte una imagen tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos arriba o que esté en la tierra debajo o que esté en las aguas debajo de la tierra. No debes inclinarte ante ellas ni ser inducido a servirlas, porque yo Jehová tu Dios soy un Dios que exige devoción exclusiva”.
La advertencia contra la adoración de ídolos se reitera en el libro de Isaías, capítulo 42 versículo 8: “Mi gloria no la daré a otro, ni alabanzas a las esculturas”. Este pasaje recalca la importancia de no atribuir divinidad a objetos creados por el hombre, recordando que solo Dios merece nuestra adoración.
En el libro de los Hechos, capítulo 17 versículo 29, se enfatiza la incompatibilidad entre Dios y las imágenes materiales: “No debemos imaginarnos que el Ser Divino sea semejante a oro, plata, o piedra, semejante a algo esculpido por el arte e ingenio del hombre”. Esta declaración subraya la necesidad de mantener una adoración pura y directa hacia Dios.
La primera carta de Juan, capítulo 5 versículo 21, nos insta a evitar los ídolos: “Guárdense de los ídolos”. Esta breve pero contundente advertencia nos recuerda que la adoración debe estar reservada exclusivamente para Dios, sin permitir que ningún objeto o persona tome su lugar en nuestro corazón.
En el Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos, capítulo 17 versículo 29, se nos advierte claramente: "No debemos imaginarnos que el Ser Divino sea semejante a oro, plata, o piedra, semejante a algo esculpido por el arte e ingenio del hombre". Esta declaración es una rectificación del mandamiento anterior, enfatizando la importancia de no atribuir cualidades divinas a objetos creados por el hombre.
El cristianismo en sus inicios enfrentaba la tarea de distinguirse de religiones establecidas que adoraban ídolos. En un contexto en el que esta práctica era común, la prohibición de adorar imágenes adquiere una relevancia especial. El mensaje transmitido en el Nuevo Testamento es claro: la verdadera adoración se dirige únicamente a Dios, y no a representaciones materiales de divinidades.
El rechazo a la adoración de ídolos se convierte en un pilar fundamental de la fe cristiana. A través de las enseñanzas del Nuevo Testamento, se subraya la importancia de mantener una relación directa y pura con Dios, sin intermediarios ni objetos de culto. La fe se basa en la espiritualidad y la conexión personal con lo divino, no en imágenes o símbolos terrenales.
La advertencia contra la adoración de imágenes en el Nuevo Testamento no solo responde a una cuestión teológica, sino que también tiene implicaciones prácticas en la vida cotidiana de los creyentes. Al evitar caer en la idolatría, se promueve una fe más profunda y auténtica, centrada en el amor y la devoción a Dios. Este mandato sigue vigente en la actualidad, recordándonos la importancia de mantener nuestra adoración pura y desprovista de elementos materiales.
El mandamiento de no adorar imágenes hechas por el hombre es un principio fundamental en la fe judeocristiana, que se encuentra claramente establecido en las Escrituras. En el Antiguo Testamento, en el libro del Éxodo, capítulo 20, versículo 4, se expresa de manera inequívoca: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.
La prohibición de adorar imágenes hechas por el hombre se basa en el concepto de que Dios es un ser trascendente y único, que no puede ser representado por objetos materiales. Al adorar ídolos, se desvirtúa la verdadera naturaleza de la divinidad y se cae en la idolatría, que es considerada un pecado grave dentro de la tradición religiosa.
En el Nuevo Testamento, esta enseñanza se reafirma en el libro de los Hechos, capítulo 17, versículo 29, donde se advierte: "No debemos pensar que la naturaleza divina sea semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte y el ingenio del hombre. La fe cristiana se fundamenta en la adoración espiritual y directa a Dios, sin necesidad de intermediarios materiales.
La advertencia contra la adoración de imágenes hechas por el hombre es un recordatorio constante para los creyentes de mantener su fe centrada en lo trascendente y no en lo terrenal. Al evitar la idolatría, se fortalece la relación personal con lo divino y se cultiva una fe más pura y auténtica, basada en el amor y la devoción a Dios.
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